Imagen de Sathish kumar Periyasamy en Pixabay
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¿Por qué nos empeñamos muchas veces en estar con alguien que no nos quiere? ¿Por qué nos cuesta tanto romper una relación que nos hace sufrir?
Seguimos manteniendo en el tema del amor tópicos que a pesar del paso del tiempo se transmiten como verdades absolutas. Por ejemplo: “no puedo vivir sin ti”, “sin ti, mi vida no tiene sentido”, “nunca voy a querer a nadie como a ti”… Todas las canciones románticas están llenas de estas frases y no es menos frecuente que en el cine se presente el amor de pareja siempre como algo mágico, que funciona por encima del cualquier adversidad.
Seguimos manteniendo relaciones amorosas basadas en la dependencia emocional, en las que, a pesar, en muchas ocasiones, que vemos que la relación no va bien, nos aferramos a ella como a un clavo ardiendo, sintiendo un vértigo tremendo a dejar dicha relación, magnificando las perdidas y considerando que el amor, por sí solo, puede cambiarlo todo.
No es así. Las personas fallamos y empezamos relaciones basadas muchas veces en razones que no tienen que ver con la reflexión y el compromiso: por atracción física, por dejarnos llevar, porque todos están emparejados y ya tengo cierta edad… y, sin darnos cuenta, nos acostumbramos a estar con alguien sin preocuparnos realmente de si estamos bien, si es el tipo de relación que queremos, si de verdad no estaríamos mejor solos.
Porque, a pesar del siglo en que vivimos, y que las cuotas de independencia personal debido a los avances técnicos son cada vez mayores, seguimos teniendo un gran miedo a la soledad. Sin embargo, mil veces mejor solo-a que en una relación en la que las discusiones, la frustración y la falta de compromiso nos hacen sufrir todos los días. Además, nuestra propia estima se deteriora porque, cuando la relación no funciona, pensamos que no somos merecedores de amor, que somos culpables, que no nos merecemos ser queridos... en lugar de pensar en las razones profundas de ese fracaso amoroso.
Debemos aprender a tener relaciones amorosas basadas en el compromiso, en compartir un tramo o toda la vida, con otra persona, pero disponiéndonos a ceder, negociar, aceptar realmente al otro y elegir un compañero-a de vida al que queremos hacer feliz, pero sin renunciar a nuestra independencia emocional, a nuestra ocupación en nosotros mismos y teniendo nuestra autoestima bien, basada en nuestras capacidades y actitudes, y no en si tengo al lado a otra persona que puede o no hacerme feliz.