Imagen de Roman Grac en Pixabay
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“La mayoría de la gente es tan feliz como su mente quiere serlo” (Abraham Lincoln)
Insistir, persistir, no desanimarse… con frecuencia oímos estas palabras y con frecuencia creemos que no son para nosotros.
Nuestros problemas nos parecen únicos e imposibles de resolver.
Creemos que la mala suerte se ceba con nosotros, mientras nos parece percibir en los demás toda suerte de buenas oportunidades y momentos felices que a nosotros nos son negados.
Es verdad que la vida no es justa y que hay personas que soportan sufrimientos y reveses, y que otras no parecen padecerlos.
También conocemos a personas que han padecido adversidades en su vida y que, sin embargo, mantienen un ánimo equilibrado y siguen luchando por alcanzar el bienestar y momentos felices en su día a día.
¿Qué es lo que determina que algunas personas se sientan mejor que otras a pesar del sufrimiento inherente a la vida, que nunca es justa? La actitud es lo que diferencia a las personas que sienten bienestar de las que no. Esto es, intentarlo de nuevo a pesar de las dificultades e inconvenientes; pensar que un problema es solamente un problema, y no una cadena de dificultades que nos conducirán irremediablemente al abismo; pensar, en definitiva, que los problemas tienen solución de uno en uno. Y que a veces esta solución no es la perfecta, pero también vale.
Se trata de sentirse dueño de la propia vida e insistir, a pesar de los fracasos y errores cometidos. Hay que entender que un error es solamente un camino que no tiene salida, pero que hay otros. Hay que darse todos los días oportunidades: de aprender, de sentirse bien, de interesarse por cosas y personas, en definitiva, de seguir viviendo a pesar a de los pesares.
Esa es la actitud; la de decidirse por un optimismo inteligente con los pies en la tierra, pero disfrutando cada día del privilegio de seguir vivos y de poder escoger qué actitud tomar ante cada minuto de la vida.