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Los científicos no se ponen de acuerdo a la hora de explicar por qué las personas tendemos más a centrarnos en lo que nos falta que en lo que tenemos. Por qué nos fijamos más en lo negativo que en todo lo positivo que nos rodea.
Por ejemplo, las ausencias nos pesan y las pérdidas de seres queridos, que inevitablemente padeceremos a lo largo de nuestra vidas, se vuelven pesadas cargas que impiden que sigamos viviendo con armonía y optimismo.
Sin tratar de minimizar el impacto en nuestro ánimo de esas pérdidas, que inevitablemente nos producirán tristeza, ¿por qué no intentamos fijarnos en todo lo que tenemos y en lo que, a pesar de las ausencias o limitaciones que a veces una enfermedad o accidente nos producen, seguimos teniendo para seguir viviendo?
Deberíamos intentar centrarnos en todo lo que la vida nos sigue dando, porque de esa manera esa carga de tristezas que también la vida nos proporcionará inevitablemente a todos, resultará más llevadera.
Obligarse a disfrutar de lo que se tiene, empezando por una buena salud, la naturaleza, la compañía de los demás, el amor que damos y nos dan, debe ser el asidero al que agarrarnos para el bienestar diario.
Aún estando solos, en realidad no lo estamos porque vivimos rodeados de personas.
¿Por qué no ser amables con ellas, sonreír y saber que cada una de esas personas libra sus propias batallas, padece su carga de penas y que eso es lo que nos conecta a todos?
Sin duda, la vida nos proporciona muchas bendiciones, así como también muchas injusticias y amarguras.
Depende de nosotros no dejarse arrastrar mentalmente por estas últimas para seguir disfrutando de una vida lo más serena posible.