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La cultura en la que vivimos fomenta el mito del amor romántico, de tal manera que no es difícil encontrarse con personas que pasan su vida suspirando por él. Por un amor romántico en el que todo fluye, eterno y, como si de Romeo y Julieta se tratase, nunca desaparece por mucho que pasen los años.
Muchas personas también se obsesionan con un primer amor que cuando se perdió consideran el único verdadero que han experimentado. Y no es así.
Hay un amor pasional y primerizo, que se relaciona más con cuestiones bioquímicas y que suele suceder la primera vez que nos enamoramos.
Los estudiosos dicen que se debe fundamentalmente a la dopamina y oxitocina que aparecen y nos hacen pensar que es el único y verdadero, a pesar de que nos demos cuenta de que en ocasiones no es conveniente.
De ese amor romántico se pasa a un amor compañero en el que se deja uno de mirar en el otro para mirar el futuro juntos, crecer como personas, compartiendo la vida, pero también buscando individualmente avanzar.
Curiosamente, ese primer amor romántico es tomado muchas veces como el único que experimentamos, quejándonos de que luego el amor se convierte en rutina y ya no es ese primer amor pasional.
Pero en estudios llevados a cabo se comprueba que de ese primer amor pasional pocas veces se dan parejas duraderas en el tiempo y que es mejor el resto de enamoramientos que sí conducen a un amor estable, apasionado y realista, pero con menor carga romántica.
Es como si el primer amor fuera bioquímico y luego debiéramos encontrar un amor compañero.
Por eso, aquellas personas que se empeñan, hasta llegar a obsesionarse, con que solamente se han enamorado una vez del primer amor, pierden un tiempo precioso. El tiempo de asumir pérdidas necesarias, por mucho que duelan, para volver a rehacer su vida y encontrar el amor verdadero, aquel que nos acompaña durante la vida y que nos hace vivir la vida real.