La mayoría de la gente que se siente mal coincide en que no lleva a cabo grandes cambios para salir de ahí. Cuando les pregunto por qué, suelen decirme que no se ven capaces, que les resulta imposible, que es muy difícil para ellos/as salir de ese malestar.
Sin embargo, siempre pienso que lo que se esconde detrás de esa inactividad son dos cosas. Por una parte, la comodidad de situarse en su zona de confort, de tal manera que aunque negativa, se sienten cómodos quejándose y autocompadeciéndose.
Además, está el miedo. El miedo a no verse capaces, el temor a intentarlo y fracasar, a asomarse a lo desconocido y perder… y, curiosamente, son esas dos cuestiones las que les incapacitan o anclan en el malestar.
Para poder luchar contra estas dos rémoras es imprescindible partir siempre de la misma base: ser conscientes de que la vida de cada uno es dirigida exclusivamente por uno mismo.
Es decir, las circunstancias de cada persona le son propias, pero la actitud que cada uno de nosotros tome con respecto a esas circunstancias personales es la que realmente va a conducir nuestra vida, y a determinar que sea de una manera u otra.
Ser conscientes de que cada uno de nosotros llevamos el timón de nuestra vida, independientemente de las circunstancias, nos da inmediatamente libertad de acción y seguridad, ya que nos sabemos poseedores de la mayor fuerza que uno puede tener (y la más importante en nuestra vida): el poder sobre uno mismo.
Lo que yo espero de mi vida depende de mí, no de los demás o de la suerte. Y soy yo el principal artífice.
Así que tengo que empezar a hacer cosas nuevas, a vencer la pereza y el conformismo autocomplaciente y elegir. Si sigo haciendo lo mismo, me sentiré igual. Si empiezo a introducir pequeños cambios, las cosas cambiarán.
Elegir seguir lamentándome o seguir paralizado por el miedo (a fracasar, al rechazo, a hacer el ridículo… y miles de miedos irracionales más, que realmente no significan nada) o empezar a dar pasos para ir cambiando.
Deshacerse de los malos hábitos se consigue poco a poco.
No hay que ponerse grandes objetivos, sino hacer lo cotidiano, pero de manera diferente, lo que día a día, sumado todo ello, produce el cambio general.
Olvide lo pasado, deje atrás la frustración y el miedo, y empiece por sí mismo.
Este es el momento, y piense que cada día es un regalo y una oportunidad para empezar a cuidarse, a preocuparse de sí mismo, y a crecer.