"La vida me atropella", me decía un paciente hace unos días… y pienso que tiene razón; en ocasiones, parece que la vida nos atropella. Pasa sobre nosotros como una apisonadora y hace difícil seguir adelante. Los días se vuelven rutinarios y grises y parece que la tristeza invade nuestro corazón.
Todo deja de tener sentido. ¿Para qué? Luchar tanto, intentarlo… para que vayan pasando los días y veamos que algunas personas nos decepcionan, otras nos hacen daño, aquellos en los que confiábamos, de repente nos traicionan… se hace difícil seguir y, mientras tanto, la vida sigue, con su ritmo rápido y casi no tenemos fuerzas para coger aliento, para pararnos a pensar en qué está pasando, en por qué nos ha pasado algo en lo que parece que nosotros no hemos tomado parte alguna y los acontecimientos se nos escapan entre las manos como si nosotros no tomáramos parte en ellos y viviéramos sin poder de decisión.
La vida nos atropella muchas veces..., pero es necesario mantener la esperanza. La esperanza en uno mismo. En que uno es capaz de parar y de que, aunque no entienda la razones de los otros para tratarnos como lo han hecho, tengamos la certeza profunda de que a pesar de las decepciones de las traiciones y los desengaños, nos tenemos a nosotros mismos. Triste consuelo me dice mi paciente…pero yo creo que no es así.
Porque siendo conscientes de que somos los dueños de nuestra vida a través de nuestros pensamientos, podemos hacer que ésta sea finalmente lo que queremos que sea. Centrarse en uno mismo es el gran poder que tenemos como seres humanos. Determinar qué actitud tendremos ante lo que nos sucede, recuperar el ritmo que queramos dar a nuestra vida. Recuperamos la brújula que apuntará al norte que queramos, porque somos nosotros los que decidiremos en última estancia seguir adelante.
Suelo comentar en mi consulta que la vida a veces nos atropella, pero, como seres humanos tenemos la obligación de parar, reconducir, pensar bien y seguir.
Fijarnos en lo que tenemos y no en lo que nos falta. Fijarnos no en las traiciones, sino en la gente buena que tenemos cerca, a la que conocemos y también a aquellos que no, y que son capaces de sonreír, saludar, decir un buenos días y ser amables.
Le digo a mi paciente que tiene que hacer el esfuerzo. Claro que sí, nadie lo consigue sin esfuerzo, pero la recompensa siempre es sentirse bien. Plenamente consciente de que la vida es algo valioso y que mientras vivamos hay que vivirla con plenitud. Aquella plenitud que cada uno daremos a nuestra vida según lo que decidamos y queramos. Aquella plenitud que no dependerá de los otros, ni de la suerte o del azar, sino de la conciencia clara de que para ser feliz hay que proponérselo y no dejarse abatir. Porque la vida siempre es un regalo que hay que estar dispuesto a dar y recibir.