Nuestra mente está siempre funcionando. Los pensamientos van y vienen continuamente. Unos son pensamientos disruptivos, recurrentes, negativos, que nos provocan destrucción y desgarro. Otros pueden ser positivos, necesarios, esperanzadores y resolutivos.
No podemos dejar de pensar, y muchas veces los pensamientos nos azotan, provocándonos mucho malestar y pareciéndonos que no podemos hacer nada para evitarlos. Vienen una y otra vez, de manera recurrente, como si quisieran mortificarnos y no podemos parar de pensar.
De esta manera, nos sentimos agotados mentalmente, como si una tormenta se desencadenase en nuestra mente. Nos cuesta centrarnos en nuestras cosas y con frecuencia el sueño se ve alterado. También el apetito. No disfrutamos de lo que vivimos en el momento porque nuestra mente está ocupada en dar y dar vueltas a pensamientos negativos que nos laceran.
Todos tenemos pensamientos negativos y dichos pensamientos nos sumen generalmente en la tristeza y en la negrura, nos hacemos preguntas que no tienen respuesta y nos mortificamos como si girásemos en círculos viciosos, de los que no podemos salir.
Sin embargo, está en nuestra mano el poder pensar de otra manera. No podemos dejar de pensar, pero sí podemos elegir lo que pensamos.
Cuando nuestros pensamientos son positivos es como si saliera el sol. Nos sentimos contentos, sin ansiedad, satisfechos con lo que tenemos y la vida que llevamos, a pesar de ser conscientes de los problema o limitaciones. Aumenta nuestra atención y nuestra capacidad resolutiva, y enfrentamos mejor adversidades y problemas cotidianos. El pensamiento positivo no es el pensamiento buenista, tan en boga hoy en día. Es un pensamiento firmemente anclado en la realidad, con los pies en la tierra. Son pensamientos que se centran más en lo que tenemos, en lo cotidiano. Es un pensamiento que no dramatiza, ni tampoco anticipa posibles desgracias, que posiblemente, no ocurran. Al centrarse en el aquí y ahora, soluciona, resuelve y nos hace disfrutar. Son pensamientos muy prácticos y creativos, porque nos empujan siempre a seguir adelante, a explorar nuestros recursos, algunos de los cuales desconocemos que tenemos y nos proporcionan, en fin, serenidad. Además, fortalecen nuestra estima personal, al sentirnos dueños de nuestra propia mente, decidiendo qué pensar y por qué y qué apartar y dejar. Hay unos pensamientos negativos especialmente dañinos y son los que nos atan al pasado. No llevan a ninguna parte y nos agotan.
Cambiar el rumbo hacia pensamientos más positivos y prácticos se consigue preguntándose y reflexionando sobre si esto que estoy pensando y que me produce malestar, me conduce a algún propósito: ¿Qué consigo con este pensamiento? ¿Qué voy a solucionar?
Cuestionárselo y responderse conduce a cambiar de rumbo cuando vemos que esos pensamientos son inútiles y por lo tanto hay que coger el rumbo de pensar en algo más constructivo y positivo.
No utilizar tiempos verbales condicionales, ya sea referido al pasado o al futuro, es una estrategia que también da resultado. Por ejemplo: “Si hubiera estado ahí en aquellos momentos… si hubiera tenido esa información…” Este tipo de juicios no son útiles, debilitan y agotan.
No se trata de dejar la mente en blanco, sino de generarse pensamientos positivos, creativos e inspiradores, que sean beneficiosos.
Las reflexiones positivas fortalecen la mente y la revitalizan. Suelen ser reflexiones que se basan en valores, en ser agradecidos, en valorar lo que se es y lo que se tiene.
Y siempre, siempre, una mente agradecida es una mente descansada y feliz.