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En muchas ocasiones, en las relaciones de pareja, aquellas cualidades que en la persona encontrábamos atractivas al comienzo de la relación y son fuente de unión con él/ella, acaban convirtiéndose en irritantes y nos suelen sacar de quicio en muchas ocasiones, sobre todo cuanto la pareja lleva ya años junta.
Parece como si en el camino de la vida que emprendemos juntos, se fueran perdiendo las cualidades mutuas que tanto nos gustaban al principio y éstas se convierten en defectos que no toleramos y que enturbian la relación, si no la hacen insoportable.
Aunque se crea lo contrario, no suele ser la falta de comunicación lo que falla en la relación de pareja. En ocasiones sí, pero en otras muchas lo que realmente vemos es una clara falta de empatía y de compasión por el otro, de tal manera que cualquier cosa que dice nos hace responder de manera defensiva, se convierte en fuente de irritación y no somos capaces de escuchar lo que sus sentimientos nos están expresando.
Somos capaces de escuchar y mostrar interés y empatía con cualquier persona fuera de nuestra pareja, pero con nuestra pareja somos inquisitivos, negativos y ante cualquier afirmación, tendemos a utilizar la ironía o el reproche.
Perdemos el respeto por el otro, por sus sentimientos, y lo vemos como un enemigo o, por lo menos, como alguien de quien tenemos que defendernos continuamente de sus supuestos ataques. Con frecuencia estos ataques son mutuos, porque nos enredamos en una reciprocidad negativa de la que es muy difícil salir.
Además, el ritmo de vida que llevamos, el trabajo, los hijos… tampoco ayudan a pararse a pensar en qué se está convirtiendo nuestra relación de pareja y qué estamos perdiendo en el camino. De compañeros de vida, del equipo que quisimos formar al principio de la relación, nos vamos convirtiendo en enemigos sarcásticos y negativos.
Volver a “sentirse sentido” por el otro, volver a estar con ese alguien que nos conoce y entiende, que nos desea lo mejor, será el primer paso que dar para evitar que la relación naufrague o se convierta en algo tan común como es el estar por estar (bastante habitual, por cierto, pero muy triste), con alguien que, en realidad, hace unos años, nos pareció un gran amor.