Fotografía: Pixabay
No hay recetas para la felicidad y es importante saber que no existe la felicidad completa. A lo largo de nuestra vida tenemos momentos felices en los que nos sentimos bien, alegres, con entusiasmo y optimismo. Otros momentos, sin embargo, se llenan de nubarrones y nuestro ánimo entristece, lloramos o pensamos “qué difícil es todo”… sin darnos cuenta que también eso forma parte de nuestra felicidad porque son los malos momentos los que nos deberían servir para vivir intensamente los buenos.
No hay una sola felicidad y cada uno de nosotros vamos construyendo la nuestra a medida que vivimos. Descubrir qué clase de felicidad es la mía, qué es lo que me hace vivir con serenidad y bienestar, es el trabajo más importante de nuestra vida porque se trata de eso, de nuestra vida, al margen de modas, dictámenes sociales, etc.
No hay recetas infalibles porque cada felicidad es personal y única, pero sí que hay una serie de caminos comunes que a todos nos van conduciendo a esa felicidad y bienestar.
El primer camino es tener paciencia, no importa si otros avanzan rápidamente y aparentemente triunfan y son, aparentemente, siempre felices. Nosotros llevamos nuestro ritmo y no nos alejaremos de aquello que queremos conseguir.
Asumir nuestras fortalezas, nos equilibrará cuando cometamos errores, aquellos errores por los que nos condenamos o nos condenan y que, sin embargo, son muy humanos. Hay que asumir mentalmente que somos imperfectos, con la idea tan cierta, y tan racional, de que somos capaces de hacer muchas cosas bien.
De ahí se deriva que no debemos paralizarnos en nuestros dolores sino mirar un poco más allá. No hay que sufrir inútilmente, anticipando miedos o catástrofes; hay que asumir nuestras responsabilidades, pero no caer en la culpa que nos paraliza y nos impide avanzar. Debemos revisar nuestra escala de valores y repasar verdaderamente si estamos viviendo de acuerdo a ella o nos hemos desviado empujados por la vorágine del tiempo en el que vivimos.
Abrir bien los ojos y ver todo lo bueno que hay a nuestro alrededor; practicar el optimismo realista, el que no pierde de vista que hay que mantener los pies en el suelo, pero que piensa que la vida tiene sentido, a pesar del dolor, y que hay que seguir luchando cada día por darle ese sentido que nos lleva a la felicidad.