Si pudiéramos llevar la cuenta de las veces que discutimos y nos enfadamos a lo largo de nuestra vida, probablemente nos quedaríamos asombrados del tiempo perdido en innumerables pequeñeces diarias que, sin merecer la pena, nos han ocasionado, sin embargo, bastante infelicidad.
“Escoger bien las batallas” es un dicho que oímos con frecuencia, pero que aplicamos muy pocas veces a nuestro acontecer diario. Sin embargo es de vital importancia para poder vivir nuestra vida de una manera más satisfactoria y, además, es que escogiendo bien las batallas, con sabiduría, seremos más eficaces para ganar aquéllas que son realmente importantes.
La vida raras veces es como nosotros habíamos creído o como nos gustaría que fuera; hay que enfrentarse, luchar, discutir o incluso pelear mucho por algo en lo que creemos. El mundo no es como quisiéramos y muchas personas tampoco son como querríamos que fueran, ni actúan como a nosotros nos gustaría. Siempre habrá cosas que nos salgan mal y personas que actúen haciéndonos daño.
Sin embargo, precisamente por eso, no merece la pena discutir, enfadarse o librar batallas en otras cosas. Muchas personas discuten por todo, se enfadan por cualquier cosa, ante cualquier contratiempo hacen un drama y lo único que consiguen es generarse unos niveles de malestar y estrés altísimos y llevar una vida infeliz.
Si no, mire a su alrededor; por ejemplo, en un atasco de tráfico observe a la persona que toca repetidamente el claxon y que murmura improperios, o la persona que pasa acelerada a su lado y le da un codazo sin pedir disculpas, o la persona que en una conversación en la que no está de acuerdo el interlocutor, pierde las formas y empieza a gritar.
¿Es de verdad tan importante discutir con su pareja por la forma en la que ha dejado la ropa? ¿Es tan importante enfadarse con su madre porque hace un comentario que considera injusto hacia usted?... Así podríamos poner multitud de ejemplos, en los que nos implicamos emocionalmente todos los días y que no son mas que pequeñeces que, sin embargo, nos generan mucho malestar.
Para eso es importante asumir que las cosas raramente se resuelven a la perfección, que cometemos errores y que, a pesar de todo, la vida sigue y no pasa nada.
El perfeccionismo y la exigencia no son más que fuente de estrés y suponen no aceptar que lo importante es vivir con bienestar y guardar las fuerzas para las batallas reales por las que hay que luchar.
No se trata de convertirse en un “pasota”, sino en escoger bien las batallas diarias, con sabiduría y serenidad, porque las hay realmente y evitar todas aquellas que no lo son, y así evitar generarse ansiedad. Recuerde que no merece la pena sufrir por pequeñeces.