Cambiar es una tarea que requiere mucha convicción. No es un esfuerzo sobrehumano el que hay que hacer, pero sí exige perseverancia y motivación. Es frecuente que digamos: “Sé qué tengo que cambiar, pero no soy capaz de hacerlo”.
He aquí algunas pautas que son de utilidad en este empeño:
En primer lugar, limítese al cambio que depende única y exclusivamente de usted. Esto que puede parecer una perogrullada, no lo es. Con frecuencia queremos cambiar cosas, o que cambien personas, que no dependen de nosotros. Por lo tanto, tenga muy claro desde el principio que hay que limitar los esfuerzos a lo que depende de nosotros mismos, es decir, a nuestro propio comportamiento. Cambiar lo que no depende de nuestro propio comportamiento, es ilusorio y por lo tanto, imposible.
Concrete el objetivo de aquello que quiere cambiar. No se vaya por las ramas y no generalice. Póngase un objetivo concreto, accesible y comprensible, en términos de “yo voy a hacer”, y que dicho objetivo conduzca a la acción. No es lo mismo decirse “Me veo fatal” que “Voy a caminar todos los días media hora”. Lo segundo concreta un objetivo y, por lo tanto, una acción.
Apréndase una consigna de memoria para que ésta le recuerde en situaciones críticas qué es lo que tiene que hacer. Por ejemplo: “No dramatices”, “Párate a pensar”, “¿Dónde esta la prueba de lo que te estás diciendo y que tanto daño te está causando?”. Repetirse estas frases le ayudará a no dejarse llevar por la emoción y pararse a controlarla y racionalizarla.
Finalmente, recuerde que el cambio es un proceso constante, dinámico y que supone combinar perfectamente el vivir con lo que no se puede controlar y el actuar de otra manera para domeñar lo que sí es posible hacer. Es decir, aceptar que hay que vivir con lo que no depende de nosotros mismos y que hay que cambiar lo que sí está bajo nuestro control para seguir siempre adelante.