No es infrecuente que las personas nos sintamos mal cuando somos asertivas, siendo, sin embargo, esto algo necesario para nuestra propia estima. La asertividad es la cualidad que todos debemos tener para expresar lo que sentimos, pensamos o queremos, sin hacerlo de una manera agresiva, ni tampoco dejando de hacerlo, lo que nos coloca en una situación pasiva que, a su vez, suele generar inseguridad, agresividad y culpa.
Estamos educados en la idea de que es una descortesía decir lo que sentimos o queremos, y que, por educación, es mejor decir que sí a propuestas, comentarios, etc. con los que no estamos de acuerdo, para no significarnos o por miedo a que la otra persona se enfade o nos rechace.
Pero la realidad es que cuando decimos que sí y en realidad deseamos decir no, directamente nuestra autoestima se ve dañada, nos sentimos poco seguros y, a veces, nos dejamos manipular por los demás. Olvidamos que todos tenemos nuestro derecho a decir nuestra propia opinión, a hacer las peticiones que queramos hacer y a decir que no, asumiendo, eso sí, que el que está enfrente puede estar de acuerdo o no con lo que pedimos o decimos, acceder o no a nuestras peticiones, pero que eso no nos hace peores personas.
Es muy importante mantenerse firme porque, al final, lo que estamos manteniendo es nuestra propia capacidad de respetarnos y de dar por válidos nuestros argumentos, independientemente de lo que los demás opinen, afirmando así nuestra identidad.
Eso sí, expresar nuestros sentimientos y opiniones nunca debe convertirse en una afrenta al otro o en un exabrupto, porque eso sería entrar en el terreno de la agresividad y no es asertivo aquel que ofende al otro a la hora de expresara su opinión. Mantenernos en el “no” sin temor a que los otros nos rechacen supone afianzar la confianza en nosotros mismos y no depender de la aprobación de los demás sino de uno mismo.