La ira es una de las emociones más denostadas y con más mala fama, porque sus consecuencias no suelen ser buenas, ni para el que tiene el ataque de ira, ni para los que están cerca y lo padecen.
Sin embargo, la ira es una emoción normal que en realidad nos avisa de que algo no nos gusta y nos prepara para enfrentarnos a ello. Pero, claro, como todas las emociones, es necesario mantenerlas en su justa medida. Y es ahí donde está el quid de la cuestión.
Normalmente, cuando hablamos de ira nos imaginamos a una persona gritando desaforadamente, con gestos amenazantes, sudando y rojo como un tomate, como si le fuera a dar un ataque. Realmente, los que están cerca de la persona iracunda, se quedan a veces paralizados, pero el que se descontrola en esos momentos lo pasa también muy mal: por dentro, en su organismo, hay un verdadero incendio, el sistema nervioso está alterado y físicamente tiene un malestar que, pasado el ataque de ira, le deja literalmente "baldado". No hablemos luego de sentimientos de culpa, remordimientos, etc...
Por eso, es necesario controlarlo. Ocurre como con la ansiedad, niveles moderados de ira, puntuales, nos hacen responder y enfrentarnos a lo que en ese momento requiere una respuesta de alarma para solucionar el problema que se presenta. Pero hay que intentar no traspasar el umbral en el que esa emoción se vuelve contra nosotros.
Desde el punto de vista psicológico hay técnicas muy eficaces con las que trabajar para controlar los niveles de ira inadecuados.
¿Qué cuando son inadecuados los niveles de ira? Imaginemos una persona que ante cualquier acontecimiento reacciona con furia, conduciendo el coche, por ejemplo: ¿Quién no ha visto o se ha puesto hecho un energúmeno, insultando por tal o cual faena que nos ha hecho otro conductor?, ¿Quién no conoce a alguien que siempre está a la defensiva o que en cuanto se le lleva la contraria monta en cólera?, ¿O niños o adolescentes que si se frustran arremeten contra paredes, objetos, juguetes, rompiendo lo que encuentran a su paso?
Tener poco aguante puede ser una combinación de genética, temperamento y, sobre todo, aprendizaje; todo ello puede combinarse para tener unos comportamientos explosivos que generan rechazo, a veces hasta el aislamiento social, así como fracaso en el trabajo, en la pareja y sufrimiento en la persona que ve cómo va naufragando en todos los aspectos de su vida.
Empezar a trabajar este problema que tanto malestar físico y psíquico genera, con manejo de pensamientos, técnicas de relajación y métodos de extinción, supone que la persona se haga dueña de su vida, no estar a merced de sus emociones, controlarlas y darles salida, pero dentro de esos umbrales adecuados. Todo cambio psicológico requiere práctica y perseverancia; hacerse dueño de sus emociones y pensamientos siempre conduce al bienestar.