Resistirse a cambiar determinados hábitos, tanto de conducta como de pensamiento, esconde con frecuencia muchos miedos a qué habrá detrás de esos cambios; esconde también no poca inseguridad en uno mismo y en la percepción de que nuestra vida nos viene "dada". Nuestra manera de ser sería así, "de nacimiento", y no habría nada o casi nada en lo que podríamos intervenir.
Sin embargo, a lo largo de nuestra vida, tales cambios se van produciendo constantemente, no solamente en nuestras conductas cotidianas, sino también en nuestra manera de pensar.
Además, es bueno cambiar, sobre todo si eso supone crecer, deshacerse de viejos y malos hábitos, y reflexionar; hay que recordar que los cambios provocan nuevas adaptaciones y eso es lo que vamos haciendo a lo largo de la vida hasta que morimos: ir adaptándonos a las diferentes circunstancias que se nos van presentando.
Es frecuente en la consulta aconsejar a las personas que hagan cambios en sus hábitos, con el fin de encontrarse mejor. Esto, que puede parecer sencillo, en algunas personas supone un gran esfuerzo, porque se ven incapaces de llevarlo a cabo, anticipando que no van a poder, generándose expectativas derrotistas que, indefectiblemente, se cumplen, anclándose en esquemas irracionales de pensamiento y comportamiento.
Pero si uno piensa que uno mismo es el artífice de su vida, que su trabajo principal es dirigirla, dichos cambios empiezan producirse. Ahora bien, estos cambios deben hacerse de manera paulatina, poco a poco. Imagínense una escalera y que usted empieza a subir un primer escalón; empiece por lo más fácil para, poco a poco, ir subiendo más peldaños.
Introduzca un primer cambio pequeño en ese hábito nuevo que quiere adquirir: descomponga la conducta nueva en pequeños pasos y comience a darlos.
Recuerde que nadie se desembaraza de un hábito de golpe. Normalmente, esos cambio no son duraderos: hay que ir dando pequeños pasos, mas fáciles de enfrentar pero también más firmes. Y practique y practique sin olvidarse premiarse y reconocer sus logros.